Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hablé de la comunión de los santos, entendida como
la comunión entre las personas santas, es decir, entre nosotros
creyentes. Hoy me gustaría profundizar en el otro aspecto de esta
realidad: recuerdan que hay dos aspectos: uno, la comunión entre
nosotros, la unidad entre nosotros, hacemos comunidad; y el otro aspecto
es la comunión a los bienes espirituales a las cosas santas.
Estos dos aspectos están estrechamente vinculados entre sí, de hecho,
la comunión entre los cristianos crece a través de la participación en
los bienes espirituales. En particular, consideramos: los sacramentos,
los carismas y la caridad. (Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 949-953). Nosotros crecemos en unidad, en
comunión con los Sacramentos, con los carismas que cada uno tiene porque
los ha dado el Espíritu Santo, y con la caridad.
El primer lugar la comunión en los Sacramentos. Los sacramentos
expresan y realizan una eficaz y profunda comunión entre nosotros,
porque en ellos encontramos a Cristo Salvador, y por él, a nuestros
hermanos en la fe.
Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos; los Sacramentos son
la fuerza de Cristo, está Jesucristo, en los Sacramentos. Cuando
celebramos la Misa,
en la Eucaristía está Jesús vivo, Él, vivo, que nos reúne, nos hace
comunidad, nos hace adorar al Padre. Cada uno de nosotros, de hecho,
mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se incorpora a
Cristo y se une a toda la comunidad de los creyentes.
Por lo tanto, si bien, por un lado, es la Iglesia que "hace” los
sacramentos, por otro, son los sacramentos que "hacen" la Iglesia, la
edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios,
consolidando su membresía.
Cada encuentro con Cristo, que nos da la salvación en los Sacramentos,
nos invita a "ir" y a comunicar a los otros la salvación que podemos
ver, tocar, conocer, recibir, y que es creíble de verdad, ya que es
amor. De esta manera, los Sacramentos nos llevan a ser misioneros. Y el
compromiso apostólico de llevar el Evangelio a todas partes, incluso en
las más hostiles, constituye el fruto más auténtico de una asidua vida sacramental, porque es participación a la iniciativa salvífica de Dios, que quiere dar la salvación a todos.
La gracia de los Sacramentos nos alimenta una fe fuerte y alegre, una
fe que sabe asombrarse de las "maravillas" de Dios y sabe resistir a los
ídolos del mundo. Y por esto es importante tomar la comunión; es
importante que los niños sean bautizados pronto; es importante que sean
confirmados. ¿Por qué? Porque ésta es la presencia de Jesucristo en
nosotros, que nos ayuda. Es importante, cuando nos sentimos pecadores,
ir al Sacramento de la reconciliación. "No, Padre, ¡tengo miedo, porque
el sacerdote me bastoneará!" No, no te bastoneará, el sacerdote. ¿Tú
sabes que encontrarás en el Sacramento de la reconciliación? A Jesús,
Jesús que te perdona. Es Jesús que te está esperando allí, y esto es un
Sacramento. Y esto hace que crezca toda la Iglesia.
Un segundo aspecto de la comunión en las cosas santas es la comunión de
los carismas. El Espíritu Santo dispensa a los fieles una multitud de
dones y gracias espirituales; esta riqueza, digamos "de fantasía" de los
dones del Espíritu Santo tiene como objetivo la edificación de la
Iglesia.
"Carismas" es una palabra un poco difícil. Los "carismas" son los
regalos que nos hace el Espíritu Santo: uno tiene el regalo de ser así, o
esta habilidad o esa posibilidad... son los regalos que da, pero no nos
los da para que se oculten: nos da estos regalos para participarlos a
los demás. No son en beneficio de los que los reciben, sino para la
utilidad del pueblo de Dios. Si un carisma, en cambio, un regalo de
estos, sirve para afirmarse a sí mismos, hay que dudar que se trate de
un auténtico carisma o que se viva fielmente.
Los carismas son gracias especiales, dadas a algunos para hacer el bien
a otros. Son actitudes, de la inspiración y de los impulsos interiores,
que surgen de la conciencia y de la experiencia de determinadas
personas, que están llamadas a ponerlos al servicio de la comunidad. En
particular, estos dones espirituales benefician a la santidad de la
Iglesia y su misión.
Todos estamos llamados a respetarlos en nosotros y en los demás, para
acogerlos como estímulos útiles para una presencia y una obra fructífera
de la Iglesia. San Pablo advirtió: "No apaguen el Espíritu" (1
Tesalonicenses 5:19). No apaguen el Espíritu, el Espíritu que nos da
estos dones, estas habilidades, estas virtudes, estas hermosas cosas que
hacen crecer la Iglesia.
¿Cuál es nuestra actitud frente a estos dones del Espíritu Santo?
¿Somos conscientes de que el Espíritu de Dios es libre de darlos a quien
quiere? ¿Los consideramos como una ayuda espiritual, a través de la
cual el Señor sostiene nuestra fe y la fortalece y también refuerza
nuestra misión en el mundo?
Y ahora vayamos al tercer aspecto de la comunión en las cosas santas,
es decir, la comunión de la caridad. La unidad entre nosotros que hace
la caridad es el amor. De los primeros cristianos, los paganos que los
veían decían: "¡Pero éstos, cuánto se aman! ¡Cuánto se quieren! ¡No se
odian, no hablan entre sí! ¡Pero esto es bueno!”. La caridad: esto es el
amor de Dios que el Espíritu Santo nos da en el corazón. Los carismas
son importantes en la vida de la comunidad cristiana, pero son siempre
medios para crecer en la caridad, en el amor, que San Pablo coloca por
encima de los carismas (cf. 1 Cor 13:1-13).
Sin amor, de hecho, incluso los dones más extraordinarios son en vano,
Pero, este hombre cura a la gente: eh, tiene esta cualidad, esta virtud,
sana a la gente. ¿Pero tiene amor en su corazón? ¿Tiene caridad? Si la
tiene, adelante; pero si no la tiene, no sirve a la Iglesia. Sin amor,
todos los dones no sirven a la Iglesia, porque donde hay amor hay un
vacío, un vacío que es llenado por el egoísmo. Y les pregunto, ¿si todos
somos egoístas, sólo egoístas, podemos vivir en comunidad, en paz? ¿Se
puede vivir en paz si todo el mundo es egoísta? ¿Se puede o no se puede?
[La gente responde: ¡nooo!] ¡No se puede! Por eso, es necesario el amor
que nos une: la caridad.
El más pequeño de nuestros actos de amor tiene efectos buenos para todo
el mundo! Por lo tanto, vivir la unidad de la Iglesia, la comunión de
la caridad significa no buscar el propio interés, sino compartir los
sufrimientos y las alegrías de los hermanos (cf. 1 Cor 12:26),
dispuestos a llevar las cargas de los más débiles y los pobres. Esta
solidaridad fraterna no es una figura retórica, una forma de decir, sino
que es una parte integrante de la comunión entre los cristianos.
Si la vivimos, nosotros somos en el mundo signo, nosotros somos
"sacramento" del amor de Dios. ¡Lo somos unos para otros y lo somos para
todos! No se trata de aquella caridad mezquina que podemos ofrecernos
recíprocamente, es algo más profundo: es una comunión que nos permite
entrar en el gozo y el dolor de los demás para hacerlos nuestros,
sinceramente.
Y a menudo somos demasiado áridos, indiferentes, distantes y en lugar
de transmitir fraternidad, trasmitimos mal humor, trasmitimos frialdad,
trasmitimos egoísmo. Y con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo
¿se puede hacer crecer a las iglesias? ¿Se puede hacer crecer a toda la
Iglesia? No, con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo la
iglesia no crece: crece sólo con el amor, con el amor que viene del
Espíritu Santo. ¡El Señor nos invita a abrirnos a la comunión con Él, en
los Sacramentos, en los carismas y en la caridad, para vivir de una
manera digna nuestra vocación cristiana!
Y ahora, me permito pedirles un acto de caridad. Tengan la seguridad de
que no se hará una colecta, ¿eh? Un acto de caridad. Antes de llegar a
la plaza, me detuve con una niña de un año y medio, con una enfermedad
muy grave: su padre, su madre rezan y piden al Señor por la salud de
esta hermosa niña. Su nombre es Noemi. Sonreía, pobrecita. Hagamos un
acto de amor. Nosotros no la conocemos, pero es una niña bautizada, es
una de nosotros, es un cristiana. Hagamos un acto de amor por ella, y en
silencio antes pidamos al Señor que la ayude en este momento y le dé
salud. En silencio, por un momento, y luego rezaremos el Ave María.
Y ahora, todos juntos, recemos a la Virgen por la salud de Noemi: Dios te salve María...
Gracias por este acto de caridad.
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