diumenge, 24 de novembre del 2013
divendres, 22 de novembre del 2013
dimecres, 20 de novembre del 2013
Catequesis del Papa sobre el sacramento de la reconciliación (La Confesión)
En su catequesis de hoy miércoles 20 de
noviembre,en la audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa
Francisco explicó que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu
Santo, quien obra la misericordia de Dios a través de las “llagas de Jesús” y,
como Él mismo dispuso, solamente a través de los sacerdotes. No es posible la
confesión “directa” con Dios.
Ante miles de fieles presentes, el Santo Padre
reflexionó sobre la “potestad de las llaves” dada a los Apóstoles: “en primer
lugar, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el
Espíritu Santo. Él es el protagonista. En su primera aparición a los Apóstoles
en el Cenáculo, -hemos escuchado- Jesús resucitado hizo el gesto de soplar
sobre ellos, diciendo: ‘Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los
retengan’”.
El Santo Padre resaltó asimismo que el
sacerdote es el “instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios
que se nos da en la Iglesia,
se nos transmite a través del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote;
también él un hombre que, como nosotros, necesita la misericordia, se hace
realmente instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios
Padre”.
“También los sacerdotes deben confesarse,
incluso los obispos: todos somos pecadores. ¡Incluso el Papa se confiesa cada
quince días, porque el Papa es también un pecador! Y el confesor siente lo que
yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este
perdón”.
Antes de soplar sobre los Apóstoles para
infundir el Espíritu Santo, explicó el Papa, “Jesús muestra sus heridas en sus
manos y el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación.
El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios ‘pasando por las llagas’ de Jesús.
Estas llagas que Él ha querido conservar. También en este tiempo, en el cielo,
Él muestra al Padre las heridas con las que nos ha redimido. Y por la fuerza de
estas llagas son perdonados nuestros pecados. Así que Jesús dio su vida por
nuestra paz, por nuestra alegría, por la gracia de nuestra alma, para el perdón
de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así”.
“Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar
los pecados. ¿Pero cómo es esto? Porque es un poco difícil entender como un
hombre puede perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del
poder de las llaves: para abrir, cerrar, para perdonar. Dios perdona a cada
hombre en su misericordia soberana, pero Él mismo quiso que los que pertenezcan
a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón a través de los ministros de la Comunidad”.
El Papa Francisco dijo que “a través del
ministerio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis pecados son
perdonados y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la
reconciliación incluso en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy
hermoso. La Iglesia,
que es santa y a la vez necesitada de penitencia, nos acompaña en nuestro
camino de conversión toda la vida. La Iglesia no es la dueña del poder de las llaves:
no es dueña, sino que es sierva del ministerio de misericordia y se alegra
siempre que puede ofrecer este regalo divino”.
“Muchas personas, quizá no entienden la
dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el
subjetivismo, y también nosotros cristianos sufrimos esto. Por supuesto, Dios
perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido
a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Y para nosotros cristianos hay un regalo
más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del
ministerio eclesial. ¡Y eso tenemos que valorizarlo! Es un don, pero es también
una curación, es una protección y también la seguridad de que Dios nos ha
perdonado”.
“Voy del hermano sacerdote y digo:
"Padre, he hecho esto..." "Pero yo te perdono: es Dios quien
perdona y yo estoy seguro, en ese momento, que Dios me ha perdonado. ¡Y esto es
hermoso! Esto es tener la seguridad de lo que siempre decimos: "¡Dios
siempre nos perdona! ¡No se cansa de perdonar!". Nunca debemos cansarnos
de ir a pedir perdón. "Pero, padre, me da vergüenza ir a decirle mis
pecados...". "¡Pero, mira, nuestras madres, nuestras mujeres, decían
que es mejor sonrojarse una vez, que mil veces tener el color amarillo,
eh!" Tú te sonrojas una vez, te perdona los pecados y adelante”.
A veces, alertó el Papa, “se oye a alguien que
dice que se confiesa directamente con Dios... Sí, como decía antes, Dios
siempre te escucha, pero en el Sacramento de la Reconciliación
envía un hermano para traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia”.
Para concluir el Pontífice alentó a no olvidar
“que Dios nunca se cansa de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote
nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite levantarnos de
nuevo y reanudar el camino. Porque ésta es nuestra vida: continuamente
levantarse y seguir adelante. ¡Gracias!”
diumenge, 17 de novembre del 2013
Misericordina, un fàrmac per l'anima
"¿Cómo? -pensaréis- ¿Es que el Papa se ha hecho farmacéutico?", bromeó mientras la Plaza de San Pedro, abarrotada como todos los domingos, reía. "No. Se trata de una medicina espiritual para mantener los frutos del Año de la Fe que ahora termina", aclaró: "Son 59 pastillas que ofrecen el amor, el perdón y la fraternidad".

Pero la caja era real, y la mostró tal cual es: se trata de la Miserikordyna, una idea que viene de Polonia con ocasión de la celebración de la Divina Misericordia y que incluye un rosario, con el que se puede rezar la coronilla de la Divina Misericordia. En total, 59 pastillas, esto es, 59 cuentas que el Papa invitó a consumir.
"¡No os olvidéis de tomarla!", pidió con una sonrisa, anunciando que iba a repartirse en la Plaza de San Pedro, como efectivamente se hizo con 20.000 unidades. La caja contiene un rosario, una imagen de la Divina Misericordia y un folleto con la posología, que añade: "Su eficacia está probada por las palabras de Jesús". "Tomadla, hace bien al corazón, al alma y a toda la vida", bromeó Francisco.
Pero la caja era real, y la mostró tal cual es: se trata de la Miserikordyna, una idea que viene de Polonia con ocasión de la celebración de la Divina Misericordia y que incluye un rosario, con el que se puede rezar la coronilla de la Divina Misericordia. En total, 59 pastillas, esto es, 59 cuentas que el Papa invitó a consumir.
"¡No os olvidéis de tomarla!", pidió con una sonrisa, anunciando que iba a repartirse en la Plaza de San Pedro, como efectivamente se hizo con 20.000 unidades. La caja contiene un rosario, una imagen de la Divina Misericordia y un folleto con la posología, que añade: "Su eficacia está probada por las palabras de Jesús". "Tomadla, hace bien al corazón, al alma y a toda la vida", bromeó Francisco.
dilluns, 11 de novembre del 2013
Diumenge 17, de 11:30 a 13:00 exposició solemne del Santissim amb motiu de la celebració del dia de l'Esglesia Diocessana.
Aquest diumenge, 17 de novembre celebrarem el dia de l'Esglesia Diocessana. Amb aquest motiu, després de la misa de les 11 i fins al començament de la misa de les 13:00, hi haurà exposició solemne del Santissim. Us comvidam a pregar una estona amb noltros davant Jesús Sacramentat, mostrant així la vostra devoció.
dijous, 7 de novembre del 2013
Catequesis del Papa sobre la comunión de las cosas espirituales.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hablé de la comunión de los santos, entendida como
la comunión entre las personas santas, es decir, entre nosotros
creyentes. Hoy me gustaría profundizar en el otro aspecto de esta
realidad: recuerdan que hay dos aspectos: uno, la comunión entre
nosotros, la unidad entre nosotros, hacemos comunidad; y el otro aspecto
es la comunión a los bienes espirituales a las cosas santas.
Estos dos aspectos están estrechamente vinculados entre sí, de hecho,
la comunión entre los cristianos crece a través de la participación en
los bienes espirituales. En particular, consideramos: los sacramentos,
los carismas y la caridad. (Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 949-953). Nosotros crecemos en unidad, en
comunión con los Sacramentos, con los carismas que cada uno tiene porque
los ha dado el Espíritu Santo, y con la caridad.
El primer lugar la comunión en los Sacramentos. Los sacramentos
expresan y realizan una eficaz y profunda comunión entre nosotros,
porque en ellos encontramos a Cristo Salvador, y por él, a nuestros
hermanos en la fe.
Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos; los Sacramentos son
la fuerza de Cristo, está Jesucristo, en los Sacramentos. Cuando
celebramos la Misa,
en la Eucaristía está Jesús vivo, Él, vivo, que nos reúne, nos hace
comunidad, nos hace adorar al Padre. Cada uno de nosotros, de hecho,
mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se incorpora a
Cristo y se une a toda la comunidad de los creyentes.
Por lo tanto, si bien, por un lado, es la Iglesia que "hace” los
sacramentos, por otro, son los sacramentos que "hacen" la Iglesia, la
edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios,
consolidando su membresía.
Cada encuentro con Cristo, que nos da la salvación en los Sacramentos,
nos invita a "ir" y a comunicar a los otros la salvación que podemos
ver, tocar, conocer, recibir, y que es creíble de verdad, ya que es
amor. De esta manera, los Sacramentos nos llevan a ser misioneros. Y el
compromiso apostólico de llevar el Evangelio a todas partes, incluso en
las más hostiles, constituye el fruto más auténtico de una asidua vida sacramental, porque es participación a la iniciativa salvífica de Dios, que quiere dar la salvación a todos.
La gracia de los Sacramentos nos alimenta una fe fuerte y alegre, una
fe que sabe asombrarse de las "maravillas" de Dios y sabe resistir a los
ídolos del mundo. Y por esto es importante tomar la comunión; es
importante que los niños sean bautizados pronto; es importante que sean
confirmados. ¿Por qué? Porque ésta es la presencia de Jesucristo en
nosotros, que nos ayuda. Es importante, cuando nos sentimos pecadores,
ir al Sacramento de la reconciliación. "No, Padre, ¡tengo miedo, porque
el sacerdote me bastoneará!" No, no te bastoneará, el sacerdote. ¿Tú
sabes que encontrarás en el Sacramento de la reconciliación? A Jesús,
Jesús que te perdona. Es Jesús que te está esperando allí, y esto es un
Sacramento. Y esto hace que crezca toda la Iglesia.
Un segundo aspecto de la comunión en las cosas santas es la comunión de
los carismas. El Espíritu Santo dispensa a los fieles una multitud de
dones y gracias espirituales; esta riqueza, digamos "de fantasía" de los
dones del Espíritu Santo tiene como objetivo la edificación de la
Iglesia.
"Carismas" es una palabra un poco difícil. Los "carismas" son los
regalos que nos hace el Espíritu Santo: uno tiene el regalo de ser así, o
esta habilidad o esa posibilidad... son los regalos que da, pero no nos
los da para que se oculten: nos da estos regalos para participarlos a
los demás. No son en beneficio de los que los reciben, sino para la
utilidad del pueblo de Dios. Si un carisma, en cambio, un regalo de
estos, sirve para afirmarse a sí mismos, hay que dudar que se trate de
un auténtico carisma o que se viva fielmente.
Los carismas son gracias especiales, dadas a algunos para hacer el bien
a otros. Son actitudes, de la inspiración y de los impulsos interiores,
que surgen de la conciencia y de la experiencia de determinadas
personas, que están llamadas a ponerlos al servicio de la comunidad. En
particular, estos dones espirituales benefician a la santidad de la
Iglesia y su misión.
Todos estamos llamados a respetarlos en nosotros y en los demás, para
acogerlos como estímulos útiles para una presencia y una obra fructífera
de la Iglesia. San Pablo advirtió: "No apaguen el Espíritu" (1
Tesalonicenses 5:19). No apaguen el Espíritu, el Espíritu que nos da
estos dones, estas habilidades, estas virtudes, estas hermosas cosas que
hacen crecer la Iglesia.
¿Cuál es nuestra actitud frente a estos dones del Espíritu Santo?
¿Somos conscientes de que el Espíritu de Dios es libre de darlos a quien
quiere? ¿Los consideramos como una ayuda espiritual, a través de la
cual el Señor sostiene nuestra fe y la fortalece y también refuerza
nuestra misión en el mundo?
Y ahora vayamos al tercer aspecto de la comunión en las cosas santas,
es decir, la comunión de la caridad. La unidad entre nosotros que hace
la caridad es el amor. De los primeros cristianos, los paganos que los
veían decían: "¡Pero éstos, cuánto se aman! ¡Cuánto se quieren! ¡No se
odian, no hablan entre sí! ¡Pero esto es bueno!”. La caridad: esto es el
amor de Dios que el Espíritu Santo nos da en el corazón. Los carismas
son importantes en la vida de la comunidad cristiana, pero son siempre
medios para crecer en la caridad, en el amor, que San Pablo coloca por
encima de los carismas (cf. 1 Cor 13:1-13).
Sin amor, de hecho, incluso los dones más extraordinarios son en vano,
Pero, este hombre cura a la gente: eh, tiene esta cualidad, esta virtud,
sana a la gente. ¿Pero tiene amor en su corazón? ¿Tiene caridad? Si la
tiene, adelante; pero si no la tiene, no sirve a la Iglesia. Sin amor,
todos los dones no sirven a la Iglesia, porque donde hay amor hay un
vacío, un vacío que es llenado por el egoísmo. Y les pregunto, ¿si todos
somos egoístas, sólo egoístas, podemos vivir en comunidad, en paz? ¿Se
puede vivir en paz si todo el mundo es egoísta? ¿Se puede o no se puede?
[La gente responde: ¡nooo!] ¡No se puede! Por eso, es necesario el amor
que nos une: la caridad.
El más pequeño de nuestros actos de amor tiene efectos buenos para todo
el mundo! Por lo tanto, vivir la unidad de la Iglesia, la comunión de
la caridad significa no buscar el propio interés, sino compartir los
sufrimientos y las alegrías de los hermanos (cf. 1 Cor 12:26),
dispuestos a llevar las cargas de los más débiles y los pobres. Esta
solidaridad fraterna no es una figura retórica, una forma de decir, sino
que es una parte integrante de la comunión entre los cristianos.
Si la vivimos, nosotros somos en el mundo signo, nosotros somos
"sacramento" del amor de Dios. ¡Lo somos unos para otros y lo somos para
todos! No se trata de aquella caridad mezquina que podemos ofrecernos
recíprocamente, es algo más profundo: es una comunión que nos permite
entrar en el gozo y el dolor de los demás para hacerlos nuestros,
sinceramente.
Y a menudo somos demasiado áridos, indiferentes, distantes y en lugar
de transmitir fraternidad, trasmitimos mal humor, trasmitimos frialdad,
trasmitimos egoísmo. Y con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo
¿se puede hacer crecer a las iglesias? ¿Se puede hacer crecer a toda la
Iglesia? No, con el mal humor, con la frialdad, con el egoísmo la
iglesia no crece: crece sólo con el amor, con el amor que viene del
Espíritu Santo. ¡El Señor nos invita a abrirnos a la comunión con Él, en
los Sacramentos, en los carismas y en la caridad, para vivir de una
manera digna nuestra vocación cristiana!
Y ahora, me permito pedirles un acto de caridad. Tengan la seguridad de
que no se hará una colecta, ¿eh? Un acto de caridad. Antes de llegar a
la plaza, me detuve con una niña de un año y medio, con una enfermedad
muy grave: su padre, su madre rezan y piden al Señor por la salud de
esta hermosa niña. Su nombre es Noemi. Sonreía, pobrecita. Hagamos un
acto de amor. Nosotros no la conocemos, pero es una niña bautizada, es
una de nosotros, es un cristiana. Hagamos un acto de amor por ella, y en
silencio antes pidamos al Señor que la ayude en este momento y le dé
salud. En silencio, por un momento, y luego rezaremos el Ave María.
Y ahora, todos juntos, recemos a la Virgen por la salud de Noemi: Dios te salve María...
Gracias por este acto de caridad.
diumenge, 3 de novembre del 2013
Texto íntegro de la catequesis del Papa Francisco sobre la Comunión de los Santos
Estos días en nuestra parroquia, y con motivo de la celebración de "Los Fieles Difuntos", hemos repartido la hermosa catequesis que el pasado miércoles día 30 el Papa Francisco nos regaló a todos los católicos. La reproducimos aquí integra para su lectura:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Hoy me gustaría
hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la comunión de los
santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este término hace
referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas, y la comunión
entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo significado: es
una verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque nos recuerda que
no estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos los que
pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el término
"santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y se
incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros
cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch.
9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor. 6,1).
1 . El Evangelio
de Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la comunión entre
los discípulos con estas palabras: "Para que todos sean uno, como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su verdad más
profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión de amor con
Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión fraterna.
Esta relación entre Jesús y el Padre es la "matriz" de la unión entre
nosotros los cristianos: si estamos íntimamente inseridos en esta
"matriz", en este horno ardiente de amor, entonces podemos llegar a
ser realmente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de
Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros prejuicios, nuestras divisiones
internas y externas. El amor de Dios también incinera nuestros pecados.
2. Si esto tiene
su origen en la fuente del amor, que es Dios, entonces también se da el
movimiento recíproco: de los hermanos a Dios; la experiencia de la comunión
fraterna con Dios me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros
nos lleva a estar unidos a Dios, nos lleva a esta relación con Dios que es
nuestro Padre. Este es el segundo aspecto de la comunión de los santos que me
gustaría subrayar: nuestra fe necesita del apoyo de los demás, especialmente en
tiempos difíciles. Si estamos unidos la fe se vuelve más fuerte. ¡Qué hermoso
es apoyarse mutuamente en la aventura maravillosa de la fe! Digo esto porque la
tendencia a refugiarse en lo privado también ha influido en la esfera
religiosa, por lo que muchas veces es difícil buscar la ayuda espiritual de
aquellos que comparten nuestra experiencia cristiana.
Todos las
hemos experimentado; yo también, forma parte del camino de la fe, del camino de
nuestra vida. ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridad,
desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos
experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de
nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos,
marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos
tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la
ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante
encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir
ayuda, para pedir que nos den una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto, y
después hemos sido capaces de salir del problema y encontrar a Dios otra vez!
En esta comunión --comunión quiere decir común-unión--, somos una gran
familia, donde todos los componentes se ayudan y se apoyan mutuamente.
3. Y ahora
llegamos a otro aspecto: la comunión de los santos va más allá de la vida
terrena, va más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre
nosotros, va más allá y continúa en la otra vida; es una unión espiritual que
nace del bautismo y no se rompe con la muerte, sino que, gracias a Cristo resucitado,
está destinado a encontrar su plenitud en la vida eterna. Hay un vínculo
profundo e indisoluble entre los que son todavía peregrinos en este mundo --
incluidos nosotros-- y los que han cruzado el umbral de la muerte para entrar a
la eternidad. Todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del Purgatorio,
y todos los santos que ya están en el Paraíso forman una sola gran familia.
Esta comunión entre el cielo y la tierra se realiza sobre todo en la oración de
intercesión.
Queridos amigos,
¡tenemos esta belleza! Es nuestra realidad, la de todos, lo que nos hace
hermanos, que nos acompaña en el camino de la vida y hace que nos encontremos
de nuevo allá en el cielo. Vayamos por este camino con confianza, con alegría.
Un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos hermanos y
hermanas bautizados que caminan con él; sostenido por la ayuda de nuestros
hermanos y hermanas que transitan este mismo camino para ir al cielo. Y también
con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el cielo y oran a
Jesús por nosotros. ¡Adelante por este camino de felicidad!.
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